CONFÍO MÁS EN UN LADRÓN de poca monta que en un político. No formo parte de un partido. Nunca he sido partidario de alguno. En el futuro tampoco me afiliaré a ninguno. Lo he decidido y es una decisión irrevocable. Nunca me ha seducido la política, al menos no por intereses personales. Soy un idealista que no cree en esta democracia inoperante. Quizá la fobia que tengo a la política y a los políticos, provenga desde mi niñez. Nací, crecí y vivo (o sobrevivo) en un país donde los políticos eran y son seres canallescos y patibularios. Mentirosos, delincuentes de doble discurso y moral, traidores, tránsfugas y corruptos consumados. Faltan adjetivos para ellos.
Confío más en un ladrón de poca monta que en un político. Le confiaría mi vida a un ladrón pero nunca a un político. No. Dios me libre de ellos. Todos son iguales y corruptos. Son una especia pérfida y rara. Son de lo peor: ministros, congresistas, presidentes. Incluso aquellos que son parte de un gobierno local y regional: alcaldes, presidentes regionales, regidores y funcionarios ediles. En la pirámide de la moral, coloco a los políticos corruptos por debajo de los asesinos, violadores, psicópatas, secuestradores, pederastas y sicarios. Porque la corrupción es el delito más bajo, indigno e imperdonable que el ser humano puede cometer en contra de su nación. Es traición a la patria. Merecen la pena de muerte. En mi país, los políticos han convertido a la democracia en un nido de víboras (con respeto a las víboras, claro está). La han pervertido, sodomizado y defecado en ella. La han transformado en un instrumento para cometer sus fechorías. Solo una vez, al ver que por muchos años los políticos tomaban el poder para servirse y no para servir al pueblo, movido por intereses sociales y con el afán de hacer justicia, se me pasó por la mente entrar en política y tomar el toro por las astas para servir a mi pueblo. Quizá tuve intenciones de limpiar la política. Una intención utópica y quijotesca. Así somos algunos escritores y poetas: nobles, ingenuos y soñadores. Gracias a Dios, a tiempo me di cuenta de que el panorama político en mi país no estaba ni está listo para los verdaderos luchadores sociales y profesionales que conservamos aún nuestros principios e ideales. Incluso el pueblo no lo está. De tal modo que nunca me manché con la política. Y deseo morir invicto en ese punto.
Hay varios requisitos para ser político en mi país; entre ellos, ser mentiroso, caradura, codicioso, demagogo, delincuente, inmoral y, sobre todo, corrupto. No reúno esos requisitos. Por eso no soy político ni lo seré algún día.